miércoles, marzo 13, 2013
Cien días en el país de Peña Nieto
HÉCTOR PALACIO
Priista hasta los huesos y desde la cuna, Enrique Peña Nieto fantaseó, soñó con la presidencia de un país que conoció a través de los discursos de Echeverría Álvarez, López Portillo, de la Madrid y, sobre todo, de Salinas de Gortari. Estos gobernantes del PRI fueron sus ídolos, cuando menos su modelo infantil y de juventud, y lo son ahora que él mismo está instalado en el ejecutivo.
Es lo que se percibe hoy, no un PRI con nuevo rostro, sino la restitución del poder vertical del ejecutivo. De allí toda la parafernalia de oropel que se ha venido construyendo en los primeros meses de gobierno y que comenzó con la propia difusión de su imagen.
Peña procura cada mínima oportunidad para el exhibicionismo, para aparecer en pantalla rodeado no solo de sus colaboradores, también cobijado por la supuesta oposición, los amorosos PAN y el PRD (excepto por la única y auténtica oposición, que lo rechaza, López Obrador y el Morena). Y en ello se ha convertido el Pacto por México, las apariciones en TV politizando el asunto de Esther Gordillo, auto celebrándose por los primeros cien días de gobierno, etc.: culto a la imagen y al poder.
Incluso hasta los más rancios panegiristas en los principales medios masivos han criticado esta propensión al ensalzamiento de su figura. Describieron como innecesario el optimista festejo por los primeros cien días cuando el país está inmerso en serios problemas; el del crimen, por ejemplo.
La crítica de parte de los aduladores va acompañada, naturalmente, con el debido elogio al supuesto buen desempeño de gobierno. Ven en el Pacto por México, el encarcelamiento de Gordillo, las supuestas reformas educativa y de telecomunicaciones, en programas reciclados y presentados como nuevos, como logros de fondo y no como mera simulación. Y aún esperan con entusiasmo las reformas fiscal y energética, pues con ello ya el país, entonces sí, estará encaminado al primer mundo. Hay que reconocer, sin embargo, que los periodistas y políticos lisonjeros ven en la “guerra fallida de Calderón” un problema no resuelto aún por Peña (¿cuándo empezará a ser nombrada la “guerra perdida de EPN”?).
Por su parte, la crítica de los críticos ve todo lo contrario. Simulación, superficialidad, venganza política, autoritarismo, uso faccioso y político de la justicia, incapacidad para combate al crimen, “PAN con lo mismo” (la nueva reforma de telecomunicaciones no es sino un intercambio de negocios entre las cúpulas empresariales). Y sobre todo, en la reforma energética anunciada, la continuidad de la política que ha mantenido si no es que subrayado la miseria en el país. Las políticas clasificadas como neoliberales y que se iniciaron con Miguel de la Madrid, se impulsaron con Salinas de Gortari y continuaron su propulsión con los siguientes ejecutivos, no importando que fueran de la “oposición”, del PAN.
En el país soñado por Peña no importa la nación ni su gente, aunque el discurso diga lo contrario, antes bien, la continuidad y profundización de esas políticas que no han dado bienestar a la mayoría de los mexicanos, las que han mantenido en la precariedad las condiciones de vida de los mismos. En el país de Peña lo que importa es el proyecto general establecido mucho antes de su llegada, aunque se juegue al presidente soñado y fantaseado.
En el país de Peña lo que importa es él en el centro de la atención, como figura de ornato, rodeado de un séquito de servidores y de un ejército de aduladores profesionales de la comunicación. Los modelos presidenciales del PRI en el pasado parece que aún lograron gobernar. Y la pregunta interesante, considerando las probadas limitaciones intelectuales de Peña quien difícilmente tiene un concepto de nación propio, ¿quién rige realmente hoy el gobierno; quién maneja y hacia dónde los recursos nacionales?
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