jueves, febrero 11, 2010

MIGUEL ÁNGEL FERRER



¿Sangre o saliva?



Ya hasta Felipe Calderón y Fernando Gómez Mont han reconocido públicamente que la estrategia de combate policiaco, judicial y militar al narcotráfico no funciona. No han dicho, ciertamente, que es un completo y absoluto fracaso. Se trata de una cuestión de formas. Frente a reconocimientos peliagudos siempre es mejor valerse de eufemismos, de circunloquios, de imágenes.



Y se entiende que no quieran ser claros y sinceros. No es fácil reconocer públicamente que el programa central del gobierno calderonista resultó un fracaso que ha hecho del país, sobre todo en el norte y en el occidente, un verdadero desgarriate.



Ambos funcionarios, sin embargo, no sólo pecan de falta de sinceridad. También pecan de obcecación: ya entendieron que su estrategia antinarco no funciona, pero insisten en ella y se niegan a corregir el rumbo. Y así, a su entendimiento tardío agregan su obcecación.



La obcecación de ambos políticos es igualmente comprensible. Ya entendieron que su estrategia conduce a la nada. Pero no saben qué hacer. Se encuentran en un callejón sin salida. Su tendencia al lento aprendizaje no les permite ver alguna solución.



No comprenden que la médula del problema no es la producción y el comercio de estupefacientes, sino el consumo. Y que mientras haya demanda de drogas, la producción y el comercio de éstas vienen solitos. Producción y tráfico son, como dirían los economistas, variables dependientes de la demanda.



La estrategia tendría que ser, entonces, perseguir judicialmente a los consumidores o demandantes. Y eso es imposible por dos tipos de razones. Una, que la Constitución General de la República no prohíbe el consumo de drogas y, por lo tanto, garantiza a todo ciudadano el consumo de esos productos si ese es su deseo. Y dos, que el gobierno, una vez reformada la Constitución para penalizar el consumo de estupefacientes, tendría que meter a la cárcel a millones de personas, incluidos otros millones de menores de edad.



Si combatir la producción y comercio de drogas no conduce a nada. Y si combatir judicialmente el consumo es imposible, el asunto se convierte en un intrincado laberinto. Mas ese laberinto no existe en la realidad. Sólo está presente en el cerebro de la conducción del Estado.

Son muchos los países occidentales que ya han encontrado la salida del laberinto: España, Francia, Italia, Alemania, Holanda y muchísimos más. Han reconocido que el consumo de drogas no sólo no se detiene o reduce con la persecución, sino que, incluso a pesar de ésta, el consumo crece cada día.



Despenalizar producción y comercio de drogas sería el camino directo a la salida del laberinto. Pero esos países han encontrado una salida indirecta, un tanto hipócrita, pero sin duda efectiva. El camino ha sido hacerse de la vista gorda. Dejar hacer y dejar pasar. Combatir al narco sólo en el papel y únicamente con saliva.



Habrá, sin duda, a quien le disguste esta solución. Pero combatir el narco con ríos de sangre y montañas de muertos, como se hace en México desde hace tres años, no parece mejor salida. Sobre todo sabiendo que tal estrategia no ha servido de nada, en ninguna parte, al menos en los últimos cinco mil años.



En España, por ejemplo, la marihuana y otras drogas se ofrecen a los transeúntes a la luz del día y con gran desparpajo. Y no hay reunión social y cotidiana en que no hagan acto de presencia diversos estupefacientes. Podría decirse que hasta en esto México es un país subdesarrollado: oferta medrosa y en lo oscurito, como para que nadie sepa lo que todo el mundo sabe.



Podría decirse que la alternativa para Calderón y Gómez Mont es persistir en el error o valerse del bien probado y exitoso método europeo. Cuestión de entendimiento y de renuncia a la obcecación. ¿Sangre o saliva?

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