l final de su cuarto año el señor Calderón da por iniciada su personal carrera hacia 2012. En su ya bien ensayado salto hacia adelante para zafarse de las muchas tribulaciones que hoy aquejan al país, de nueva cuenta organiza una tribuna a la medida de sus posibilidades como guía y manipulador. Ante un auditorio agradecido y encerrado repartió culpas a diestra y siniestra. No escatimó en autoelogios hasta situarse al borde de la caricatura. El PRI, decidido a no dejar un espacio libre de consignas y respuestas, le lanza un desplegado donde resume sus posturas que resultan incriminaciones por su pasado. En el fondo ambos bandos bordan sobre la injusticia intrínseca del modelo concentrador que han sostenido, contra viento y marea, a lo largo de sus cuatro administraciones de 1988 a la fecha. No cabe duda que la prevención por regresar al pasado se quiere pagar con la amenaza de otra alternativa de pasado. Por eso ninguna de estas dos ofertas presenta una esperanza real, sincera, de futuro transformador.
México no ha sido en estos turbulentos años un país de oportunidades tal como afirman los priístas. Por el contrario, ha sido el de las expulsiones masivas y los sufrimientos cotidianos para gran parte de la población. El castigo a las juventudes destaca por la manera tan metódica como consecuente en las actuaciones de los priístas y panistas encumbrados.
Agotado el modelo estabilizador que permitió una aceptable movilidad social y crecimiento, la economía entró en un periodo de estires y aflojes, quiebres, retrocesos y aperturas sin mesura que en nada han beneficiado a las mayorías. Durante la última decena con los priístas en el Ejecutivo el crecimiento promedio del PIB fue de apenas 2.6 por ciento Y en la década panista el promedio es menor: 1.5 por ciento. Por ello, a contrapelo de lo que afirma el señor Calderón, 43 por ciento de los mexicanos ahora viven bajo la línea de pobreza. Es decir, todos los que ingresan menos de dos salarios mínimos sólo pueden adquirir una pequeña parte de la canasta básica. El reparto de la riqueza producida entre los distintos estratos poblacionales se ha ido agravando con el paso de los días sin que se cambie la inequitativa correlación entre los más favorecidos y la base de la pirámide.
No se debe olvidar que fueron las administraciones priístas las que pusieron las condiciones para una progresiva concentración que ha llegado a situar casi la mitad (42 por ciento) de todo el ingreso anual de los mexicanos en sólo 10 por ciento de la población. Una condicionante que se ha enquistado como la principal razón de muchos de los males que nos aquejan: la inseguridad en primer término.
Una concentración del ingreso de esta magnitud es un caso ejemplar entre las naciones, sin importar su grado de desarrollo. Bien se sabe que nuestro vecino soporta peores condiciones. En EU, el 10 por ciento más rico acumula 49 por ciento de la riqueza producida. El resto de los estadunidenses se reparten la otra mitad. Es por ello que sus clases medias han recurrido a endeudarse sin mesura, una de las causales de la crisis financiera de su economía y del mundo entero. En el resto de los países se lucha por contener la injusticia distributiva que acarrea el modelo concentrador. En Europa, países que habían ido ganando la batalla por el bienestar compartido interclases, han retrocedido de manera notable en los pasados 30 años. Sus elites decisorias (políticas, intelectuales, académicas o empresariales) sin importar el perfil partidista, han caído víctimas del neoliberalismo desde los rijosos años del thatcherismo. En tiempos recientes la lucha popular se ha desatado en varias de esas viejas naciones. Grecia, España, Irlanda, Francia, Italia, Inglaterra o Portugal han visto cómo se agitan sus ciudadanos por el declive forzado de sus conquistas laborales, educativas, de salud y seguridad social, financieras inclusive. Ésta es y será, qué duda cabe, la clave que incidirá en la venidera disputa electoral en México, tal como se escenifica en otras varias partes del mundo.
Los panistas pretenden salir intocados frente al electorado de la doble crisis que asfixia a los mexicanos de hoy. Una, la externa; otra, quizá más perniciosa y de propio diseño, la interna. Los priístas achacan ambas a sus socios sin atender a las próximas causales que sembraron, con atingencia ejemplar, durante el salinismo corruptor y los posteriores desplantes extranjerizantes de los zedillistas. Aun en los muchos agravios contra la democracia se ayuntan esos que, ahora, se acusan de autoritarios, defraudadores, pervertidores de instituciones y de escudarse en un estado de derecho que trampean a conveniencia.
Los arranques privatizadores, con grandes dosis de corrupción en las alforjas de cada quien, han sido compartidos hasta el paroxismo por sus adalides. Dieron al traste con el campo al que desmantelaron igual que a la planta productiva sólo para favorecer a los voraces agentes foráneos que tanto gustan en auxiliar como prestanombres. Se han doblegado ante los arrestos y exigencias de los grupos de presión. El sistema educativo ha sido la tierra de nadie para ambos conjuntos partidistas. Lo han situado entre el abandono, las complicidades y el corporativismo atrabiliario del SNTE en su peor momento decadente. No importa que, en sus mensajes, priístas y panistas aseguren la prioridad de tan crucial sector. En los hechos, no han podido acercar los medios para hacer del presente educacional un lugar propicio y para mantener una mirada confiada hacia adelante.
Tanto el PRI como el PAN disputarán, en medio de la debacle de las condiciones de vida de la inmensa mayoría de los mexicanos, por un cacho del cambio ansiado. No tendrán bases ciertas para cimentar sus pretensiones de triunfo para 2012. Son dos opciones casi idénticas y sólo esperan el favor de los medios de comunicación, en especial de la televisión, para disfrazarse de modernizadores, aunque tal pretensión sea tan burda como los desplantes del señor Calderón o los desplegados priístas a plana entera.
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