Sobre el místico sendero de López Obrador y los ateos
Por Nietzsche Aristófanes @NietzscheAristo
La claridad en la trayectoria política y la firmeza sin ambages en las ideas y acciones de la lucha social de López Obrador, no tiene parangón en el México de los años recientes. No obstante, claridad y firmeza encuentran su contraparte en la aparente ambigüedad de su perfil místico, que no moral o ético. En lo que concierne a la moral cívica, no hay duda de su rectitud y ético proceder. Como él mismo dice, no ha sido un ratero ni un ambicioso vulgar; tiene principios y valores. De allí le ha venido esa fortaleza que no le hace flaquear y que le hace indestructible frente a la oligarquía que le ha combatido no como adversario sino como enemigo a destruir: De su honestidad. Sin embargo, ante la mirada crítica de los ateos, si es que se desea valorar el fenómeno AMLO desde esta perspectiva, hay cierta debilidad racional que mana de su proclividad a la fe, de la creencia en la existencia de un dios, de Jesucristo en particular.
López Obrador ha sido una y otra vez ambiguo en tratándose de definir dentro de una religión. Él ha dicho y se ha dicho de él, que es católico, si evangelista, protestante, cristiano... Nunca lo ha puesto en claro. Al parecer para no disgustar a la población de un México básicamente entregado a la práctica fervorosa de un sincrético guadalupanismo. En cambio, no es ni siquiera ambivalente cuando se trata de hablar del dios reinante en el absurdo mundo occidental que va contra toda racionalidad, lógica y aun la ciencia misma. “Soy… fundamentalmente cristiano porque me apasiona, me gusta la vida y la obra de Jesús, que fue perseguido en su tiempo, espiado por los poderosos de su época, lo crucificaron”, ha dicho en el pasado. Con estas palabras ha dado por sentada la existencia histórica de Jesús, cuando en realidad no hay pruebas de ello, más bien de lo contrario. Ha dado fe a la biblia. Año con año, en fechas decembrinas o de pascua, hace referencias a Jesús como un personaje de carne y hueso. A principios de abril, con enorme patetismo escribió sobre Jesús en Twitter: “Lo espiaban, lo llamaban alborotador del pueblo. Por eso lo crucificaron, cerró sus ojos y siguió velando. Es ejemplo de amor y justicia. Un día como hoy, hace 2000 años, los poderosos apresaron al defensor de los desposeídos y marginados más auténtico de la historia”. El burdo patetismo del párrafo en dos tweets proporciona, cuando menos, material a sus detractores para acusarlo de querer “mesiánicamente” asemejarse con su dios. De este concepto básico provino el argumento para el ataque feroz y sin escrúpulos de Enrique Krauze en su contra y a favor del candidato del PAN como prolegómeno a las elecciones de 2006. AMLO no sólo ve a su dios como un personaje histórico, sino que aparentemente encuentra una identificación que va más allá de lo espiritual y la lleva al terreno político y social. Krauze, al interpretarlo en su “oportunamente” publicitado libelo -inspirado por cierto y sin dar el respectivo crédito, en Los Héroes de Carlyle-, por supuesto, acusó él mismo de su propia perspectiva moralista judaica sionista, como suele hacer en sus escritos. La diferencia estriba en que el ensayista británico no utilizó la pluma para atacar a un adversario político como lo hace su deficiente remedo contemporáneo que al primer guiño, como buen negociante, embiste a favor del mejor postor.
Lo anterior viene a cuento porque mi amigo @Dholbach354, ateo, ha manifestado su exasperado enojo contra los recientes tweets de López Obrador. Tras leerlos, envió textos a él y otro a Federico Arreola -quien a raíz del mensaje en cuestión había escrito ya una columna: “Guerra sucia contra López Obrador en semana santa”-. Arreola, después de dejar en claro su ateísmo, habla sobre los ataques que ni siquiera en época de holganza oficial dejan en paz al dirigente social. Es claro que son habituales los airados embates contra AMLO, a la menor provocación y aun sin ella. ¿Pero que se hagan inclusive por cuestiones metafísicas? El colmo. Es obvio que la responsabilidad en este caso no es del todo de los fustigadores.
Mi amigo ateo escribió: “Soy seguidor de usted. Pero, por favor, manténgase dentro de la laicidad. Su fe en su casa y/o en su templo”. Y después a Federico Arreola: “La verdad, incomodan las referencias de AMLO a un personaje ficticio como Jesús. La izquierda no puede ser confesional”. Tiene la convicción de que la izquierda debiera ser no sólo laica sino atea, cuando menos agnóstica, como un ideal intrínseco a su naturaleza. Que la absurda aceptación de una divinidad creadora del mundo a estas alturas del desarrollo de la inteligencia y la razón le va natural a la derecha (aunque haya ateos conservadores), mas no debiera ser núcleo de un pensamiento crítico racional. Olvida @Dholbach354, sin embargo, que, estrictamente hablando, López Obrador no es un político de izquierda. Más bien un luchador social que recoge con sensibilidad la problemática del presente y del pasado, la historia y la actualidad de México. En ello radica su valor, y en la dimensión ética de su Proyecto Alternativo de Nación como respuesta a la crítica circunstancia social. Si dentro de la dicotomía izquierda-derecha a esa sensibilidad se le clasifica como izquierda, ya es otra historia y aceptamos allí entonces la inteligencia de Cosío Villegas sobre la relatividad de las adjetivaciones políticas. Mas mi amigo, quien ha sido un leal seguidor y ha contribuido con sus posibilidades al movimiento de López Obrador, tiene el derecho de expresar su incomodidad, su molestia. Y así como él, muchos ateos o agnósticos que han apoyado la causa del lopezobradorismo y que en los referidos tweets de AMLO han encontrado sino una desilusión, sí una falta de respeto y ausencia de sensibilidad del líder para con sus convicciones. Una de las breves variantes en la llegada de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos fue su discurso abiertamente incluyente. Impensablemente para una figura oficial de ese país, durante la toma de posesión dio reconocimiento a los agnósticos y ateos, que no son tan pocos, quienes leyeron esta expresión como un pequeño triunfo y una satisfacción para su causa racional e inteligente -otro elemento para alimentar el odio de los fanáticos conservadores-.
Andrés Manuel López Obrador no ha sido ni será el dirigente o el candidato ideal desde una perspectiva estrictamente atea; ni en el pasado ni en el 2012. Como si tal cosa pudiera existir en el mundo hipócritamente religioso en que se vive hoy. Pero muchos ateos y agnósticos lo apoyan por su proyecto, la congruencia y su causa social. Porque objetivamente lo ven como la única posibilidad para propiciar un cambio verdadero en México. Bien haría AMLO, entonces, en reconocer y respetar la diversidad de sus seguidores. Si cree en un dios, que lo guarde para sí. No sólo por lo absurdo que el hecho resulta para un ser pensante, también porque una de las mayores críticas de los últimos tiempos –y una de las rutas impulsadas por Salinas de Gortari- ha sido la inculta religiosidad, la abyecta demostración de ella, de ejemplos tan vergonzosos como VicFox o FeCal. Salinas de Gortari restableció las relaciones con el Vaticano, como anunciando ya lo que vendría en la corrupta política nacional. Bien hará López Obrador en ratificar el laicismo que abiertamente ha expresado en su discurso; el del Estado mexicano instaurado por alguien a quien él admira en sumo grado: Benito Juárez. Éste, a pesar de su religiosidad, no vaciló en establecer el laicismo que aún, a duras penas, nos rige. Guardó en la intimidad de la recámara compartida con Margarita Maza, lo que no debe ser público. Pero le corresponde ir más allá y considerar que su movimiento, al ser de amplio espectro, incorpora a individuos como los ateos, agnósticos, homosexuales, lesbianas, proabortistas, etcétera, y no únicamente a profesantes de imposibilidades metafísicas, de inexistentes paraísos.
P.D. Sugerencia para AMLO: Que en el mundo Twitter abandone su condición de piedra, una condición de predicador detrás del púlpito, la posición que muchos podrían interpretar más que como necedad, como arrogancia, e interactúe –otra de las breves variantes en la exitosa carrera de Obama- con sus seguidores. No tiene que hacerlo con todos. Sólo un intercambio ocasional, sorpresivo, aleatorio. Seguro que sus partidarios aumentarían y se haría más humano para ellos. No basta con seguirlo, observarlo de lejos y leer los tweets enviados desde sus loables pero interminables giras; esta lejanía “twittera” de pedestal tiene un efecto más bien de pasividad y monotonía para su causa.
22 de abril de 2010
No hay comentarios.:
Publicar un comentario