lunes, marzo 29, 2010

El lánguido cincuentenario de los Libros de Texto Gratuitos

Nietzsche Aristófanes (@NietzscheAristo)


Decir una perogrullada: Los intelectuales mexicanos son y han sido en su mayoría colaboradores del Estado. Salvo contadas excepciones, la intelligentsiamexicana vive del erario público o aspira a ello. Roderic Ai Camp ha estudiado profusamente el fenómeno en Los intelectuales y el Estado en México. Sin dejar de reconocer los respectivos méritos literarios, dos consideradas lumbreras mexicanas se reconocen aquí. Octavio Paz, al hacer la crítica del fenómeno en El laberinto de la soledady El ogro filantrópico, desea excluirse, cuando en realidad él mismo ha sido parte del proceso. Y en el inventario está por supuesto Carlos Fuentes, el rey maestro de la clara ambigüedad. Desde vivir de un sistema de becas, formar parte de un grupo colegiado, ser asesor de secretarías de Estado o congresistas, beneficiario de homenajes, prebendas y del seboso elogio del gobernante en turno -de lo cual se sienten orgullosos-, el escritor mexicano encuentra en el Estado a su mejor mecenas. El hecho de que esto sea así pareciera no mellar su independencia y libertad creativa. Mas asoma la duda narizona. Algunos, digamos, pensadores como Héctor Aguilar Camín o Enrique Krauze Kleinbort, por citar algún ejemplo de aparentes opuestos que nos hable de la universalidad del aserto, se desviven por legitimar, acariciar, servir, al régimen vigente y acaso ya al que vislumbran como “hombre fuerte” del sexenio en ciernes. Es por ello que, abierta o simuladamente, se oponen tanto a la crítica del sistema y sus políticas, como a los que osan decir “No”. Encabezan la nómina de los que dicen “Sí” a las iniciativas fecalistas trayéndonos frescos ecos rancios del “Sí Señor Presidente, la hora que usted diga, ésa es” del no tan pasado priismo vuelto ahora prianismo. Para acabar pronto, ellos son los hombres del presidente. Naturalmente que aseguran cuando menos el pertinente patrocinio mensual de sus publicaciones: Nexos y Letras Libres. No por nada, hombres de negocios más que de letras, se anticipan a las elecciones, a sus resultados, a los litigios de los tribunales electorales, porque ya saben quien conviene que administre el país. Así de demócratas y objetivos sin adjetivos son. ¿Cómo fiarse de Morir en el Golfo, Caudillos culturales en la Revolución Mexicana, El error de la luna, Por una democracia sin adjetivos… (¿qué tal La región más transparente,Agua quemada, Cambio de piel -Instinto de Inésno importa, ¿puede Fuentes escribir algo menor que esta narración?-, Cumpleaños, Tiempo mexicano…?),cuando las plumas están precipitadamente comprometidas? Roberto Bolaño se ha reído de ellos antes de morir: “En Europa los intelectuales trabajan en editoriales o en la prensa o los mantienen sus mujeres o sus padres tienen buena posición y les dan una mensualidad o son obreros y delincuentes y viven honestamente de sus trabajos. En México… (hay excepciones notables), trabajan para el Estado. Esto era así con el PRI y sigue siendo así con el PAN”. Nada revelador ha escrito Bolaño, sólo se ha mofado en boca de Amalfitano de una peculiaridad no desconocida por nadie. Pueden ser inclusive relativamente independientes o moderadamente críticos, pero terminan legitimando al Estado cuando aceptan las prebendas y los homenajes. Cuando no ha sido así, la prisión espera a alguien como José Revueltas.

En el siglo XX el vínculo ha sido explicable y aun en ocasiones hasta deseable pues la Revolución Mexicana supuso como resultado un Estado y un gobierno medianamente legítimos (la otra media quedó estigmatizada con la sangre de los crímenes). El proceso de descomposición y prostitución institucional de la Constitución y el Estado que le ha seguido supondría, sin embargo, la crítica más radical y feroz de la intelligentsia. No ha sido así. Como si viviera en una república en que la corrupción es la excepción y todo está en regla. El ofrecimiento, la solicitud, la coquetería es lo que ha privilegiado como el fruto más exquisito de sus brillantes cocos críticos e imparciales. ¿Se puede sin riesgos morder la mano que alimenta?

Durante el lapso posrevolucionario hubo, no obstante, momentos en que la acción del Estado parecía converger con el interés de la mayoría de la población regida por una nueva Constitución. Así, intelectuales que fueron maderistas se incorporaron al proceso vigoroso de la educación pública impulsada por Vasconcelos, quien invitaría a participar a escritores, poetas y artistas a las nuevas tareas para alfabetizar y educar al país. Este impulso educativo primigenio que ha supuesto como mayor logro la educación gratuita universal, tuvo como uno de sus últimos productos la creación de los Libros de Texto Gratuitos, cuya primera edición fuera en 1960. El secretario de educación de entonces, Jaime Torres Bodet, buen estilista como escritor, sobrio poeta (Tiempo de arena, La victoria sin alas, Sonetos…), concretó la idea después de aprobarla el presidente Adolfo López Mateos. La creación de esta obra a través de la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG) fue uno de los proyectos vitales incorporados al Plan de Once Años concebido por Torres Bodet; magnífico Plan, rescate y prolongación de la previa Campaña Nacional contra el Analfabetismo de 1943. La Comisión estuvo presidida por el quizá más extraordinario y brillante narrador mexicano, Martín Luis Guzmán (Memorias de Pancho Villa, El águila y la serpiente, La sombra del caudillo, Muertes históricas…). Sin ser de izquierda, revolucionarios o adjetivo semejante, pero pensando en el beneficio de la sociedad mexicana presente y futura, trabajando al alimón, ambos hombres de letras produjeron un fruto deseable, perdurable y democrático. Pero no tan fue fácil. Los libros encontraron la oposición de los editores, por un lado, y entre la más rancia sociedad conservadora del México de entonces, incluyendo a la iglesia y al PAN, por otro. Unos por el negocio (postura comprensible y que encontró cause en los libros complementarios), otros por condiciones ideológicas. Los últimos no aceptaban que el Estado asumiera una tarea que ellos llamaron monopólica. Creían que la versión de la historia seria una muy favorable al poder, lo cual supondría una crítica válida en una nación totalitaria. Y aunque el México del PRI ha sido básicamente autoritario y corrupto, hubo remansos, como este de la creación de los libros de texto. Y fue así porque Torres Bodet y Guzmán crearon una comisión de expertos, hombres de letras y científicos, bajo su estricto escrutinio intelectual, para crear una versión equilibrada y justa en los libros. Pero en realidad el mayor bien era el hecho de proporcionar una herramienta útil a todos los niños del país; ninguno, independientemente de la condición económica, debía privarse de asistir a la escuela por falta de libros, uno de los problemas irresueltos hasta entonces. También se procuraba por vez primera una versión integradora del país, un sentido de identidad, de nación, aparte de incorporar los elementos técnicos y científicos del momento. Los libros encontraron su aliento en la Biblioteca Popular vasconceliana, uno de cuyos propósitos era el de brindar la posibilidad de los clásicos, la cultura universal, a todo ciudadano mexicano tan sólo por el hecho de serlo. Los críticos alborotaron al país sobre todo en los estados tradicionalmente más conservadores, pero finalmente arraigó la acertada política de la SEP y la CONALITEG de entonces a cargo de hombres inteligentes y sensatos.

Cincuenta años después del alumbramiento, en el balance de los libros sobresalen los aciertos más que las faltas. Sin embrago, un cáncer inició con el salinismo: el viraje en la versión de la historia. Gradualmente ha girado hacia un visible conservadurismo. Se ha falsificado (como en el caso de la relación del cura Hidalgo con la iglesia), dulcificado, podado. Lo que inició entonces, encuentra su clímax hoy con el prianismo gobernante. Quienes están al mando tanto de la SEP como de la CONALITEGno son mentes interesadas en la ilustración de la sociedad, son más bien burócrata-políticos oportunistas, trepadores, parásitos en la búsqueda de futuras posiciones, entre ellas, si posible, la presidencia del país (paradójico, el partido que ayer los combatió, hipócritamente celebra los textos hoy; avatares de la simulación política e ideológica, aunque no se trate de un cambio tan desinteresado, por supuesto). El control de la subsecretaría de educación básica, la más importante, está a cargo del yerno del sindicalismo prostituido del SNTE. Al mando de su degradada jefa, muchos profesores del sindicato, envilecidos (¿dónde y cómo perdieron la vocación apostólica vasconceliana?), se dedican a rellenar urnas electorales. Negocian por todo el país prebendas a cambio de votos ilegítimos. La corrupción, la ignominia, alcanza todos los niveles de la educación pública estatal y federal (la privada tiene su propio intríngulis).

Entre la SEP y el SNTE existe un putrefacto maridaje que se recrea en la reciente fotografía en la cual el secretario y la monstruosa lideresa sindical arropan a FeCal en la celebración del cincuentenario de los libros. Libros expurgados, invertidos, edulcorados, ligeros, convenientes. Textos que, postrados, celebran su aniversario en medio de la degradación irrefrenable y la aquiescencia silenciosa de laintelligentsia que dice siempre Sí a través del obsequioso cuento de un No.

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