Carlos Montemayor y los disparos de la noche
Nietzsche Aristófanes (@NietzscheAristo)05 de Marzo, 2010 - 06:26 |
Este texto pugnaba por salir hace ya varios días, otras necesidades lo aplazaron, sin embargo. Pero la realidad percutía constantemente haciéndose presente la necesidad de vaciarlo en línea. Su origen ha sido la violencia contante y sonante. Ésa violencia que se solaza por el territorio nacional. La misma que el gobierno fallido actual quiere ocultar, la que los medios de comunicación aliados del régimen pretenden, insensatos, acallar incluso yendo en contra de otra realidad imparable que es la de las redes sociales del internet, sobre todo, Twitter, ése minúsculo espacio de 140 caracteres que se agiganta día con día en su capacidad de expresión y comunicación. Y es que Twitter tiene también la virtud de desenmascarar a los farsantes, a los simuladores. Por eso lo atacan. Un breve debate basta para ubicarlos, para que se ubiquen. Mas en realidad tampoco fue la violencia per se la que generó el deseo de escribir el texto. Especulaba sobre las necesidades de la gente común, la de los analistas de la realidad, la de los escritores y artistas, en fin, la de todo ciudadano que vive hoy día en México. Cuando concluía que la paz y la tranquilidad eran factores deseables para la vida y la creación, un disparo quebró la noche.
Un disparo irrumpió primero, después otro; luego, muchos más. Incontables disparos durante varias horas de la oscuridad iluminada por la ciudad. Era la tercera o cuarta noche que de manera consecutiva era cargada de fuego. El impulso de tirarse al suelo fue contenido. Mas no el de pensar estar bajo la metralla una y otra vez. Confirmar en la percusión de un disparo nocturno, a manera de símbolo, la violencia que se despliega noche y día por todo el país, de norte a sur y de océano a océano. Twitter lo informa de manera instantánea y espontánea y lo registra,Youtube da los testimonios audiovisuales, la prensa objetiva en línea actualiza la información y la confirma, la prensa en general tiene que ceder y lo da a conocer con cierto retraso (cuando no lo soslaya), la estadística oficial lo asume finalmente no sin cinismo: cerca de veinte mil muertes desde el inicio de la “guerra” lanzada por el espurio gobernante y sus patrones nacionales y trasnacionales.
En una de la noches en que buscamos tranquilidad para nuestros proyectos personales, revisaba dos trabajos importantes: “Música, danza y poesía en la antigüedad griega” y el Diccionario del Náhuatl en el español de México. Ambos de Carlos Montemayor. El primer disparo cortó de tajo, con sorpresa, la concentración, la tranquilidad. ¿Cómo proseguir con tal atmósfera? Parece que, a pesar de todo, no hay alternativa para los mexicanos más que proseguir, que salir a la calle aun sin pensar en el peligro acechando a la vuelta de cada instante. Que no pasa nada hasta que no es uno la víctima. Volví a mi trabajo bajo el ruido del fuego que se extendería por varias horas. Pensé que había que proseguir con serenidad. Que no hay ni cabe esperar en lo inmediato condiciones ideales para el trabajo físico o intelectual. Con sus textos a la mano, valoré en ese momento la contribución de seres humanos como Montemayor que han puesto su conocimiento y sensibilidad al servicio de las mejores causas de la sociedad, de la justicia, de los desprotegidos, de los que no han tenido voz. Él lo ha hecho en cualquier medio (incluyendo sus cápsulas en televisión), sin conceder un ápice en su convicción ética y honestidad. Proseguí mi trabajo con el eco de los tiros. Un tweetde SDPnoticias.com me alteró entonces. Me tomó por sorpresa y me sacó de balance, consternándome: Anunciaba la gravedad de Carlos Montemayor, había sido internado, estaba inconsciente y se precipitaba a la muerte ya sin freno, su condición era irreversible. “Puta madre, no puede ser esto”. Twitter anunció el deceso y la prensa finalmente lo confirmó. El sentido de pérdida fue absoluto. Sin conocerlo en lo personal, tristeza y dolor fueron la reacción espontánea. Montemayor, cuya obra es considerable, amplia y variada, era relativamente joven. Sesenta y dos años. Frutos mayores de su pasión política, social y poética han sido truncados. Mas en vida no perdió el tiempo y pese a las circunstancias adversas del país, cristalizó una obra seria producto de la sensibilidad del poeta que comprende la belleza, sí, pero también el dolor social. El poeta, el intelectual, el artista que no transige en su ética, que no vende la pluma a cambio de prebendas ni posiciones ni cargos ni homenajes. Y qué bien que la hizo. Su último esfuerzo estuvo destinado a desnudar al sistema de corrupción y violencia que hoy rige a México. Además de la tarea de emprender el estudio de su obra toda, nos dejó, sobria, su última carcajada: La violencia de Estado en México.
Los últimos días han proliferado en testimonios de amigos y admiradores de Montemayor. Todos ellos reconociendo al intelectual y al poeta y lamentando la muerte prematura. La adversidad nos compensa con humanistas como Carlos. Gracias a ejemplos como el suyo no hay renuncia, la voluntad por comprender, por explicar, por transformar la realidad debe continuar sin claudicar. Hay aún cierto optimismo, sino individual al menos social, en que una vida mejor en este país es posible. Se trata de una jornada a contracorriente. Las noticias sobre la violencia generalizada no cesan. Los disparos, las ráfagas son 24 horas por siete días. Leí hace poco en Astillero la siguiente frase: “Literalmente, el miedo de las balaceras no deja escuchar, apreciar, reflexionar, reaccionar… Atención hoy: salvamento individual, sobrevivencia familiar”. Julio Hernández se refiere al clima violento, también lo hace Federico Arreola cuando urge la necesidad de “pacificar a un país en el que no solo no se puede practicar el periodismo, sino en el que ya, de plano, empieza a ser imposible la sola actividad de vivir con un mínimo de tranquilidad”. Ambos periodistas colocados aparentemente en la antípoda ideológica, pero que las circunstancia del país y cierta condición ética, acerca.
Alguien dijo que los disparos de la noche anterior eran de unos borrachines que celebraban. ¿Y los de las anteriores? De todas maneras, se trata de gente armada. Porque no hay control ya en el país. No obstante los policías, la marina y el ejército (todos ellos también comandados y actuando con graves irregularidades jurídicas y de facto), la violencia domina en el territorio nacional. Entonces, un tiro en la noche no deja de ser el símbolo de la nación; el peligro constante y el terror. ¿Hasta cuándo?
4 de marzo de 2010
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